El Señor Jagannatha y Salabega

 
 
El carro de Jagannatha no se movía a pesar de ser empujado, jalado por toda la bulliciosa muchedumbre, se mantuvo como una inmensa montaña. El carro de Subhadra, la hermana de Jagannatha, había llegado ya a Balandi, que queda a medio camino del Grand Road de Puri.

Esto creó una gran aprehensión entre la gente que amenazaba con interrumpir el gran festival. Por un momento, el silencio reinó. ¿Era tiempo de descansar o era que los conductores de los carros trataban de que el público se apasionara más con ese retraso?

En ese momento, alguien escuchó unas bellas oraciones cantadas para el Señor. Un rumor circuló a través del gentío de que el que cantaba era el hijo de un musulmán y que debía de ser interrumpido en su canto.

“¿Quién quiere escuchar su canto? ¿Puede él hacer que el carro se mueva nuevamente? ¿Cómo puede él presumir de ser devoto del Señor?”. Tales rumores hicieron la atmósfera muy tensa.

En lo que se conoce ahora como Pakistán, un musulmán había raptado a una joven hindú. Más tarde, ella se convirtió en una de sus concubinas. Debodo al odio por el hinduismo, los musulmanes habían destruido muchos templos.

Paradójicamente, el musulmán procreó un hijo con la joven hindú, el cual se convirtió en un gran devoto del Señor Jagannatha. Su nombre era Salabega y des su niñez, cantó canciones llenas de devoción al Señor.

Una vez Salabega fue encarcelado por su propio padre, cuando se dio cuenta de que era un defensor de la cultura védica. Salabega se sobrecogía de una pasión muy intensa por ver al Señor Jagannatha.

“¡Qué destino tan cruel! Yo soy musulmán, nunca podré entrar al templo. No puedo obtener Su misericordia”.

A su tiempo, las bellas canciones de Salabega para Jagannatha eran escuchadas y cantadas en cada esquina de Jalana, Pakistán.

Un día se enteró de que Jagannatha saldría afuera del templo junto con Su hermano y hermana para el gran Rathayatra. “Aquí está la oportunidad que tanto deseo”, pensó Salabega. Así él partió para Puri. En la mañana del festival, Salabega corrió al frente de la entrada del león del templo. La gente lo reconoció inmediatamente y empezaron a calumniarlo. Él fue empujado hacia atrás. “¿Qué mi alma no puede ser redimida y encontrar la salvación?”, él lloraba.

Mientras tanto, el carro de Subhadra pasó cerca de él acompañado de los címbalos y el fuerte sonido de las ruedas. Salabega sintió como si hubiese sido jalado desde adentro. Como un niño en llanto, avanzó hacia el carro con sus ojos llorosos. Cuando el carro se movió hacia delante, pasó sin siquiera detenerse por un momento. “¡No podré ni tocar el carro!, sollozaba Jagannatha.

Después de algún tiempo, el carro de Jagannatha finalmente avanzó, acompañado de un estruendo estrepitoso de la vasta muchedumbre, estremeciendo así el cuerpo de Salabega. Conociendo el deseo de su corazón, el carro de Jagannatha se detuvo por un momento al lado de Salabega.

Este alto histórico del carro en el año 1489, testifica la pureza espiritual de Salabega. Él miró la cara del Señor Jagannatha todo el tiempo que quiso y cantó desde muy adentro de su corazón bellas canciones acerca de las glorias de Dios.

Sintió como si hubiese sido abrazado por Jagannatha Mismo. “Oh si Señor, Tus brazos abiertos abrazan a todos. No hay ninguna barrera para Dios , ya sea uno un intocable o no”.

Cada uno es parte y porción de Él. Entonces Salabega, ahí mismo en ese mismo lugar, compuso una de sus más grandes canciones: “Ahe nila saila, oh gran montaña azul. Oh gran montaña azul de Dios, como un elefante Tu sales del templo, para remover el denso bosque de nuestro sufrimiento. Lo recoges omo una pequeña flor de loto con Tu nariz, aplastas todas nuestras penas hacia dentro de la Tierra”.

El gran gentío había perdido la paciencia. Horas pasaban y el carro aun no se movía a pesar de todos los intentos por jalarlo. Finalmente, comenzó a caminar sin la ayuda del público. Toda la atmósfera estaba sobrecargada con las glorias de Dios, y el carro de Jagannatha siguió hacia adelante.

La muchedumbre lo siguió, pero Salabega permaneció inmóvil, parado en un solo lugar con las manos juntas y lágrimas en sus ojos, aun experimentando el contacto tan poderoso en su encuentro con su Señor.

Aun ahora, las canciones de Salabega son cantadas en el gran camino a Puri y dentro del templo también.

Hubo muchos más maravillosos incidentes en la vida de Salabega. Contrajo lepra y sufrió más de ostracismo, pero a su muerte, él fue sepultado en el mismo lugar donde estuvo de pie aquel día del festival de las carrozas. Una pequeña mezquita fue construida en su memoria y se encuentra aún hasta este día.

¡¡JAYA JAGANNATHA!!